Una espiritualidad de discípulos misioneros

El proceso de un V Encuentro es animado por una espiritualidad de discípulos misioneros que saben salir con alegría al encuentro de las personas y acompañarlas en su vida cotidiana y de fe.
Jesús nos llama ser buenos samaritanos que reconocen en el sufrimiento humano la invitación urgente a responder con misericordia y generosidad. También nos enseña como salir al encuentro de quienes viven la angustia de la perdida, la desesperanza y la confusión en camino a Emaús, para que recuperen el sentido de sus vidas en Jesús Resucitado y su misión de hacer realidad el Reino de Dios entre nosotros.

Encuentro es:

Salir a los ambientes cotidianos donde viven las personas. Es observar con ojos de discípulo y hacer conciencia de la realidad concreta donde viven las personas, sobre todo aquellas que más sufren y que más necesitan las buenas nuevas de Jesús. Es dejarnos despertar por esa realidad.
Acercarnos un poco a las personas para escuchar lo que dicen, captar sus sentimientos, percibir lo que les apremia y preocupa. Es dejarnos mover por la ternura que invita a la cercanía.
Preguntar a las personas sobre sus vidas, sus preocupaciones, sus esperanzas, sus ideas, sus necesidades, sus sueños. Es también invitar a que hablen de su realidad desde su perspectiva, que compartan su experiencia, sus sentimientos, sus ideas. Es escuchar profundamente y crear un espacio de confianza y seguridad que permita el desahogo y ofrezca el bálsamo sanador de sentirse escuchado.
Comunicar el gesto que ayuda a salir del desconsuelo y estar listos para suscitar la esperanza y la alegría. Es compartir la Palabra de Dios y la sabiduría del Espíritu Santo en la Iglesia para poder entender, ver y sentir nuestra realidad desde la perspectiva de la fe en Jesús Resucitado y en las promesas de su reino de justicia, amor y verdad.
Recibir agradecidos la confianza y el cuidado de las personas que, aún sin reconocernos todavía, nos invitan diciendo Quédate con nosotros.
Aceptar la invitación a quedarnos con ellos: ir a sus casas, comer con ellos, seguir la conversación iniciada en el camino, tener una experiencia más íntima del compartir y de hacer amistad.
Compartir el pan con profundo agradecimiento a Dios-por-quien-se-vive. Es también buscar la cercanía del amor de Dios y abrir los ojos, la mente y el corazón a su presencia entre nosotros, en lo cotidiano y en la Eucaristía. Es un modo distinto de pensar, sentir y actuar en lo personal y lo pastoral.
Confiar en los procesos de fe de cada persona y motivarlos a ser discípulos misioneros llenos del Espíritu Santo en sus hogares, comunidades, parroquias, grupos eclesiales y diócesis. Es saber que su actividad en la vida cotidiana se convierte en fuerza transformadora de todos sus ambientes sociales.
Reconocer que nuestros corazones arden de amor y esperanza cuando escuchamos o compartimos la Palabra de Dios entre nosotros, sobre todo, con quien tiene más necesidad de escucharla y de ser escuchado.
Tomar la decisión de ponerse en marcha y salir alegres al encuentro de los demás. Es regresar a la ciudad y a los campos, es ver la Pasión de Jesús en los cuerpos heridos y maltratados de tantas personas que, como la persona herida al lado de camino, necesitan que una buena samaritana, que un buen samaritano le salga al encuentro, sane sus heridas y cuide de aquella persona sin juzgarla, simplemente porque es una persona en necesidad.
Compartir en comunidad nuestra experiencia de encuentro con Jesús Resucitado, y animarnos a continuar la misión de vivir y construir la comunidad y una ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.