Agradezco la invitación a compartir con Uds. sobre la riquísima propuesta-desafío que nos hace el V Encuentro de constituirnos, los cristianos de Estados Unidos, en “Discípulos – Misioneros”, Testigos del Amor de Dios. La llamada de nuestros obispos se constituye como un signo de la presencia del Espíritu Santo y el próximo Documento del V Encuentro quiere recoger las reflexiones de las comunidades como una nueva versión de “lo que el Espíritu dice a las Iglesias”. Somos desafiados, todos los que nos decimos cristianos, a constituirnos en “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en él, tengan vida”.
Es indispensable sumergirnos en los Evangelios, a fin de descubrir la novedad palpitante del discipulado, y así trasladarlo a nuestro tiempo y a nuestra misión. Originalmente la palabra griega “Matetes” (discípulo) hace referencia a la persona que se pone bajo la dirección de un Maestro (Didaskalos) para aprender en sentido general, es un aprendiz, un estudiante… Pero el sentido del “discípulo” que a nosotros nos interesa se refiere a las personas que rodeaban a Jesús. Esto implica la relación personal, un camino de fe y una identificación vital con la palabra y la persona de Jesús. El discipulado presenta unas características propias.
a- “Los discípulos descubren algo original en la relación con Jesús: no fueron ellos los que escogieron a su maestro; fue Cristo quien los llamó, los eligió”. Esa llamada o vocación es la primera experiencia del discípulo, en la que puede percibir el amor y la mirada de predilección de Dios, manifestado gratuitamente en esa llamada. “Él nos amó primero”. Jesús expresa enfáticamente esa primacía de su iniciativa: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes”.
La relación con Jesús no es de mera docencia: supone ante todo la iniciativa del Señor y pide una entrega sin reservas y de toda la existencia, para toda la vida. A Jesús le interesa el corazón de la persona y su apertura a la fe y a su palabra; por eso llama en su seguimiento a personas que nunca hubieran podido ser aceptadas en las escuelas rabínicas (Leví, los zelotas, las mujeres). Además de manifestar su personalidad abierta, de esta manera Jesús está revelándonos algo muy importante acerca de Dios: se trata de un Padre que ama a todos sus hijos sin restricción, pero tiene una invitación especial para los más sufridos (pobres) y marginados (recaudadores, mujeres, etc.).
b- En el Nuevo Testamento la acogida al misterio de Dios pasa por la escucha de Jesús. Ahora “la Palabra” salvadora es el mismo Jesús: lo que dice, lo que hace, su actuar, su manera de relacionarse e interpretar la vida, la historia, la Torá; sobre todo su modo de presentar a Dios.
Por eso el “escuchar” bíblico es condición básica y permanente del discípulo. El “escuchar” indica abrir el corazón a la Palabra y ponerla en práctica. La escucha es una actividad interior, un movimiento por el que el creyente se dispone a llevar esa Palabra a su vida, aceptando incluso los cambios y renuncias que implique. El auténtico discípulo es el que vive a la escucha con un corazón totalmente despojado y centrado en Dios.
En este sentido de la escucha tenemos que considerar la “sordera” que aqueja a nuestro tiempo: la creciente incapacidad de escucharnos unos a otros, a pesar o precisamente porque vivimos en grandes conglomerados urbanos y con cantidad de redes sociales. Por eso, ese afinar el oído del corazón no sólo nos exige para escuchar la palabra Señor, sino que empieza por escuchar el momento histórico que vivimos, particularmente a nuestros hermanos más pobres. Digamos claramente que la escucha del Señor pasa por la escucha de la historia, concretizada en los hermanos.
c- Seguir a Jesús significa mantener la cercanía a él. Como adhesión inicial, “acercarse a él”; como adhesión permanente, se expresa en el “seguimiento”. En el Nuevo Testamento el seguimiento es la acción del creyente que responde al llamamiento de Jesús, ajustando toda su existencia según los valores y metas propuestos por él.
Para los llamados, el discipulado se concretó en el seguimiento físico: implicaba ante todo asumir el estilo de vida itinerante del Maestro. Seguir a Jesús exigía la convivencia continuada con él, porque los discípulos no solamente tenían que aprender unas enseñanzas, sino que tenían que ser testigos de la vida de Jesús y de su modo de actuar: todo lo que Jesús hace es también enseñanza; en todo ello se estaba concretizando el Reinado de Dios. Por tanto, la primera tarea de los discípulos es ver y oír el Reino de Dios en la palabra y el actuar de Jesús.
El Documento de Aparecida subraya con fuerza esta dimensión Cristocéntrica del seguimiento: “No fueron convocados para algo (purificarse, aprender la Ley…), sino para Alguien, elegidos para vincularse íntimamente a su Persona. Se trata de iniciar algo nuevo. Por ello, un aspecto muy importante del aprendizaje vital de los discípulos, es la comunión: los discípulos empezarán con Jesús una nueva familia, un nuevo pueblo y un grupo que deberá ser signo profético y referente de los valores del Reino por él anunciado.
d- Lo esencial es siempre la persona de Jesús, ya que la identidad del Maestro involucra totalmente la identidad del discípulo. Por eso lo primero es abrirse a él, encontrarse con él, acogerlo en la fe, escuchar su palabra. Discípulo de Jesús es, entonces, un hombre o una mujer que ha tenido la extraordinaria experiencia de encontrarse con Jesús y dejarlo entrar, mediante la fe, en su vida.
Mc 3, 14b indica la misión del discípulo: “Designó entonces a Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar’’. Considero que es preciso trabajar con cuidado ambos movimientos del discipulado: la dimensión mística del encuentro y la relación personal con Jesús, para superar una evangelización y catequesis que se ha detenido demasiado en los niveles dogmáticos, de puros conocimientos, y la dimensión misionera como fruto natural del discipulado para todos los discípulos de Jesús: laicos, consagrados, sacerdotes, obispos.
Elemento fundamental y rasgo de madurez en el discipulado misionero es la vivencia del mandamiento del amor, con las expresiones de compasión que suscita todas las formas de pobreza y dolor humanos, tristemente persistentes en nuestra sociedad. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
Rev. Miguel Angel Martinez, C.Ss.R.
Arquidiócesis de Baltimore, Región IV